Sobre el "duende" de García Lorca y el "espíritu de la tierra" de Ernst Jünger

Unos apuntes sobre las correspondencias entre el duende, "espíritu oculto de la España doliente" según Federico García Lorca, y el "espíritu de la tierra" jüngeriano, con algunos atisbos de Octavio Paz. En el apéndice, un extracto completo del texto del poeta español.


di marco maculotti
portada: Francisco Goya, "El entierro de la sardina"

 

"Juego y teoría del duende" fue una de las cuatro conferencias cubanas que con apenas treinta y dos años Federico García Lorca celebrada en 1930. Tres años más tarde se puso en prosa y se imprimió. Mediante esta conferencia y la consiguiente transcripción para el público lector, el conocido poeta y dramaturgo español se propuso esbozar con maestría el "espíritu oculto de la España doliente", yendo a sondear los barrancos más oscuros, pero a la vez más vivificadores del genio tutelar hispano.

Un genio que se manifiesta en toda su deslumbrante inmediatez en el arte pictórico (Goya), en el canto (Pastora Pavón) y en la danza, hasta el Rituales colectivos del alma española: la corrida de toros y, sobre todo, el gran "espectáculo nacional" de la muerte, comparable únicamente -señala García Lorca- a la de otro país que se ha visto muy afectado por la influencia hispánica, por razones históricas y culturales: la México donde aún hoy la Virgen es tan venerada en su aterrador significado de Santa Muerte. Ese México cuyo arquetipo dominante en la época contemporánea fue identificado por Octavio Paz en la figura desarraigada de pachuco, que "en la persecución, dibuja su autenticidad, su verdadero ser, su suprema desnudez, paria, marginada". Ese México donde:

“La contemplación del horror e incluso la familiaridad y satisfacción al enfrentarlo constituyen […] uno de los rasgos salientes […]. Las imágenes de Cristo rebosante de sangre de las iglesias de los pueblos, el humor macabro, los velatorios, la costumbre de comer pan y dulces en forma de huesos y calaveras el 2 de noviembre son costumbres heredadas de indígenas y españoles, inseparables de la nuestra. siendo. Nuestro culto a la muerte es un culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es reputación de vida, es anhelo de muerte.. "

octavi paz
Octavio Paz (1914 - 1998)

Por su parte, el daimon Hispano, dice García Lorca, se encuentra en todas sus variadas expresiones (andaluza, gitana, etc.) en la duende: «En toda Andalucía -escribe- se habla constantemente de duende y lo descubre en cuanto aparece con eficaz instinto». El autor nunca hace explícito el significado del término; sin embargo, se sabe que en el dialecto andaluz duende en primer lugar tiene el significado de "Duende", pero también se puede traducir como "brocado" o "tejido fino". En la duplicidad conceptual del término hay, pues, por un lado, una dimensión, por así decirlo, de elevación, de excelencia sobre la norma, y ​​por otro más oscuro, más pánico:

“Cualquier cosa que tenga sonidos negros tiene duende […] Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se hunden en el lodo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de dónde viene lo sustancial en el arte. "

En opinión de García Lorca, sin embargo, la dicotomía del término armoniza coherentemente entre sus dos opuestos: sólo aquel que tiene dentro de sí el duende (en el sentido pánico del término) puede aspirar a la excelencia, elevarse por encima de sus semejantes, no dependiendo esto de su individualidad, sino de haber despertado en sí mismo una especie de fuerza primaria que, “poseer” al artista (poeta, bailarín, cantante, etc.) lo lleva más allá de sus límites, más allá de los límites establecidos para el resto del consorcio humano. Por cierto "la duende es un poder y no una acción, es una lucha y no un pensamiento”; "no es una cuestión de facultad, sino de auténtico estilo de vida; es decir de sangre; es decir, de cultura antiquísima, de creación en acto». los duende es, según el escritor, el "espíritu de la tierra [...] misterioso poder que todos sienten y ningún filósofo explica".

Ampliando la mirada sobre otras orillas geográficas y otros autores, cabe señalar como el concepto de "Espíritu de la tierra" fue utilizado treinta años más tarde (equivalente a una revolución perfecta de Saturno, regente de los ciclos cósmicos), por otro titán de la literatura del siglo XX, alemán ernesto joven, que en su obra En el muro del tiempo (Un der Zeitmauer, 1959) le dio la siguiente definición: «una fuerza terrenal que no se puede explicar más, cuya colgante dentro del mundo físico es dado por la electricidad "[§67], para ser imaginado" como una corriente animada que atraviesa el mundo y lo impregna, sin separarse aún de él»[§79].

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Ernst Junger (1895 -1998)

Si bien esta “corriente energética” es impersonal, como García Lorca, Jünger también deja claro que "El espíritu de la tierra se vuelve mágico solo cuando regresa", en el que "lo vemos coagular, cristalizar y endurecer" [§67]: tarea del hombre -o, mejor dicho, deindividuo diferenciado - es traerlo de vuelta a la vida desde lo que él define "fondo original", escarbando en las profundidades del propio ser: es decir, en los recovecos de la propia individualidad pero también en los de la herencia genética, de la sangre, de la patria. De esta manera, según Jünger, el espíritu de la tierra puede volver "a los hombres ya las instituciones", de modo que "los cultos, las obras de arte, las ciudades puedan adquirir un carácter mágico" [§67].

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Sobre esto podríamos identificar más paralelismos: por ejemplo con James Hillman (Ensayo sobre PanEl sueño y el inframundo, sino también El código del alma, donde éste se entiende como un núcleo inescrutable que, "poseyendo" al individuo en su más profunda interioridad, se manifiesta al mundo desde temprana edad); o, alternativamente, con Elemire Zola (Descenso al Hades y resurrecciónEl dios de la intoxicación, donde sin embargo al duende de García Lorca se reserva un capítulo), Colin Wilson (el forastero) O Fernando PersonaPor nuestra parte, nos limitamos a mencionar una vez más los ya mencionados Octavio Paz, quien quizás tenía en mente algo similar al "trasfondo original" jüngeriano y al "espíritu de la tierra" cuando escribió:

«Volver a la muerte original será volver a la vida anterior a la vida, a la vida anterior a la muerte: al limbo, al seno materno. "

A medida que el duende de García Lorca que «actúa sobre el cuerpo del bailarín como el viento sobre la arena”, incluso el espíritu de la tierra teorizado por Jünger «no habita en espacios privilegiados y cerrados. Más bien es legítimo imaginar que está condensada y evidente en ciertos lugares, o incluso en algunos hombres, al igual que la energía eléctrica puede hacer que algunas partes de un material sean luminosas»[§67]. Asimismo, la llegada de los duende, como puede verse en el texto del dramaturgo español, está marcado por un súbito "Cambio radical de todas las formas" y de una posesión sobrehumana que debe estar conectada, en la tradición occidental, con 'Sentusiasmo dionisíaco y la reunión meridiano con el Gran Dios Pan.

A través de esa experiencia de pánico, dice García Lorca, el duende “Se compromete a hacer sufrir a las personas mediante el drama, sobre las formas vivas, y prepara las escaleras para escapar de la realidad que nos rodea”:

«[…] Duele, y en la cicatrización de esta herida, que nunca cicatriza, está lo insólito, lo inventado del trabajo humano. "


Textos citados:
  • HILLMAN, James: El código del alma. Adelphi, Milán 1997
  • HILLMAN, James: Ensayo sobre Pan. Adelphi, Milán 1977
  • HILLMAN, James: El sueño y el inframundo. Adelphi, Milán 2003
  • GARCÍA LORCA, Federico: Teoría de juegos y duendes. Adelphi, Milán 2007
  • Junger, Ernst: En el muro del tiempo. Adelphi, Milán 2000
  • Paz, Octavio: El laberinto de la soledad. SE, Milán 2013
  • WILSON, Colín: el forastero. Atlántida, Roma 2016
  • ZOLLA, Elemire: El dios de la intoxicación. Antología de dionisíacos modernos. Einaudi, Turín 1998
  • ZOLLA, Elemire: Descenso al Hades y resurrección. Adelphi, Milán 2002
Federico-García-Lorca
Federico García Lorca (1898 - 1936)

Federico García Lorca
"Juego y teoría del duende"

[...] Quien se encuentra en la piel de toro que se extiende entre el Júcar, el Guadalete, el Sil o el Pisuerga (no quiero mencionar las ondas de melena de león que sacuden el Plata), oye decir con cierta frecuencia: " esto tiene mucho duende". Manuel Torres, un gran artista del pueblo andaluz, le decía a uno que cantaba: "Tienes voz, sabes los estilos, pero nunca lo vas a lograr, porque no duende".

Por toda Andalucía, peñón de Jaén y concha de Cádiz, la gente habla constantemente de la duende y lo descubre en cuanto aparece con eficaz instinto. El maravilloso cantaor El Lebrijano, creador de la debla, decía: «Los días que canto con duende no conozco rivales”; Un día La Malena, la vieja bailarina gitana, al escuchar un fragmento de Bach tocado por Brailowsky exclamó: «¡Olé! Este si tiene duende! " y se aburrió de Gluck, Brahms y Darius Milhaud. Y Manuel Torres, el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido, escuchando su Notturno del Generalife del propio Falla, pronunció esta espléndida frase: “Cualquier cosa que tenga sonidos negros tiene duende". No hay mayor verdad.

Estos sonidos negros son el misterio, las raíces que se hunden en el cieno que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de dónde viene lo sustancial en el arte. Sonidos negros, decía el plebeyo español, y en esto coincidía con Goethe que, hablando de Paganini, nos da la definición de duende: «Misterioso poder que todos sienten y que ningún filósofo explica».

Por lo que entonces, il duende es un poder y no una acción, es una lucha y no un pensamiento. Oí decir a un viejo profesor de guitarra: «La duende no está en la garganta; la duende sube hacia adentro desde las plantas de los pies». Es decir, no se trata de facultad, sino de auténtico estilo de vida; es decir de sangre; es decir, de cultura antiquísima, de creación en acto. Este "poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica" es, en definitiva, el espíritu de la tierra, La misma duende que abrazó el corazón de Nietzsche, que lo buscó en sus formas externas en el puente de Rialto o en la música de Bizet, sin encontrarlo y sin saber que el duende perseguida por él había saltado de los griegos misteriosos a las bailarinas de Cádiz o al grito dionisíaco estrangulado del Seguiriya por Silverio.

Entonces, por lo tanto, no quiero que se confundan con el duende con el diablo teológico de la duda contra el que Lutero, en Nuremberg, arrojó un tintero con sentimiento báquico, ni con el diablo católico, destructivo y poco inteligente, que se disfraza de puta para entrar en los conventos, ni con el mono parlante que l El astuto Turcimanno de Cervantes se lleva consigo en La comedia de los celos y los bosques de Andalucía.

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No. Il duende de que hablo -misterioso y sobresaltado- desciende de aquel demonio muy alegre de Sócrates, mármol y sal, que le arañó con indignación el día que tomó la cicuta; y del otro, el diablo melancólico de Descartes, pequeño como una almendra verde, que, harto de círculos y líneas, se adentraba por los canales a oír cantar a los marineros borrachos.

Todo hombre, todo artista, recordará a Nietzsche; cada escalera que sube a la torre de su propia perfección es el precio de la lucha que soporta con un duende, no con un ángel, como se ha dicho, ni con su musa. Es necesario hacer esta distinción fundamental para la raíz de la obra. El ángel guía y da como San Rafael, defiende y evita como San Miguel y previene como San Gabriel.

El Angel deslumbra, pero vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima de él, ramifica su gracia y el hombre, sin ningún esfuerzo, realiza su obra, su simpatía o su danza. El ángel del camino de Damasco, el que entró por las rendijas de un balconcito de Asís, o el que sigue los pasos de Enrico Susson, ordena y no hay modo de oponerse a su luz, porque agita su acero. alas en el entorno de los predestinados.

La musa dicho y, en algunas ocasiones, golpes. Puede hacer muy poco, porque ya está lejos y tan cansada (la he visto dos veces) que tuve que ponerle medio corazón de mármol. Las musas poetas oyen voces y no saben dónde, pero son la musa que las alimenta ya veces las bebe. [...] el ángel da luz y la musa da formas (Hesíodo aprendió de ellos). Pan de oro o redil de túnicas, el poeta recibe reglas en su laurel. En contraste, el duende debe despertarse en las cámaras más internas de la sangre.

[...] La verdadera lucha es con el duende. Conocemos las formas de buscar a Dios, desde la forma grosera del ermitaño hasta la forma sutil del místico. Con una torre como Santa Teresa, o con tres calles como San Giovanni della Croce. [...] Para buscar el duende no hay mapa ni ejercicio. Sólo sabemos que quema la sangre como un tópico de cristal, que se seca, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe estilos, que hace de Goya, maestro en los grises, platas y rosas de la mejor pintura inglesa, pintar con las rodillas y los puños en horribles negros de betún; o que desnude a don Cinto Verdaguer en el frío de los Pirineos, o lleve a Jorge Manrique a esperar la muerte en el páramo de Ocaña, o cubra el cuerpo delicado de Rimbaud con un vestido verde de basquetbol, ​​o ponga ojos de pez muerto en la madrugada del Conde de Lautréamont del bulevar.

Los grandes artistas del sur de España, gitanos o flamencos, ya canten, bailen o toquen, saben que ninguna emoción es posible sin la llegada del duende. Engañan a la gente y pueden darte sentimientos de duende sin tenerlo, como los autores o los pintores o los estilistas literarios te engañan todos los días sin duende; basta, sin embargo, prestar un mínimo de atención, y no dejarse guiar por la indiferencia, para descubrir la trampa y ponerlos en fuga con su burdo artificio.

Una vez, la cantadora andaluza Pastora Pavón, "La niña de las peinetas", un oscuro genio hispano, igual en capacidad fantástica a Goya oa Rafael el Gallo, cantaba en una taberna de Cádiz. Jugaba con su voz sombría, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la tejía en el pelo o se la bañaba en té de manzanilla o se la perdía en oscuros y lejanos enebros. Pero nada; fue inútil Los oyentes permanecieron en silencio. […] Pastora Pavón terminó de cantar en el silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeño, uno de esos hombrecitos bailarines que de repente salen de las botellas de brandy, dijo con voz grave: "¡Viva París!", como si dijera: "No nos interesan las habilidades". ni técnica aquí. , ni maestría. Es otra cosa lo que nos interesa”.

Entonces la niña de las peinetas se levantó como una loca, jorobada como un prefijo medieval, se tragó de un trago una gran copa de aguardiente como el fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con un reseco garganta. , pero... con duende. Se las había arreglado para matar todo el andamiaje de la canción para dar paso a una duende furioso y caliente, amiga de los vientos cargados de arena, que inducía a los oyentes a rasgarse las vestiduras casi al mismo ritmo que los negros antillanos del rito se agolpaban frente a la imagen de Santa Bárbara.

La niña de los peines tuvo que acuchillar su voz, porque sabía que los oyentes eran gente refinada que no pedía formas, sino médula de formas, música pura con cuerpo ligero para poder mantenerse en el aire. Tuvo que privarse de facultades y certezas; es decir, sacar su musa y quedar indefenso, para que su duende ven y dígnate luchar duro. ¡Y cómo cantaba! Su voz ya no sonaba, era un chorro de sangre digno de su dolor y sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos sobre los pies clavados pero llenos de tormenta de un Cristo de Juan de Juni.

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la llegada de la duende presupone siempre un cambio radical de cualquier forma en comparación con los planes antiguos, da sensaciones de frescura completamente nuevas, con una cualidad rosada recién creada y milagrosa, que produce un entusiasmo casi religioso. […] Por supuesto, cuando se logra este escape, todos sienten sus efectos: el iniciado, viendo cómo el estilo vence a un material pobre, y el ignorante, en ese no sé qué de una emoción auténtica.

[...] Il duende puede aparecer en todas las artes, pero donde más fácilmente se encuentra, como es natural, es en la música, la danza y la poesía recitada, ya que éstas necesitan un cuerpo vivo que las interprete, ya que son formas que nacen y mueren continuamente y elevan sus contornos sobre un presente preciso.

A menudo la duende de un músico pasa a duende del intérprete y, en otras ocasiones, cuando el músico o el poeta no lo son, el duende del intérprete, y esto es interesante, crea una nueva maravilla que, aparentemente, no es más que la forma primitiva. Este es el caso de la datos indudables Eleonora Duse, que buscaba obras fallidas para llevarlas al éxito gracias a su capacidad inventiva, o el caso de Paganini, relatado por Goethe, que supo sacar melodías profundas de la auténtica vulgaridad, o el caso de una encantadora muchacha puertorriqueña de Santa María, que vi cantando y bailando la horrible canción italiana ¡Ay Marí!, con ritmos y silencios y una intención que transformaba el junco italiano en una dura y erguida serpiente de oro. Lo que realmente sucedió en esos casos fue algo nuevo que no tenía nada que ver con lo que existía antes; la sangre viva y la ciencia se introdujeron en cuerpos vacíos de toda expresión.

[...] Il duende [...] no viene si no capta la posibilidad de la muerte, si no sabe que tiene que patrullar su casa, si no está seguro de tener que acunar esas ramas que todos llevamos y que no tienen, que no tendrán consuelo. Con una idea, con un sonido o con un gesto, il duende se complace en los bordes del pozo en abierta lucha con el creador. Ángel y musa se escapan con violín o ritmo, e il duende hiere, y en la cicatrización de esta herida, que nunca cicatriza, reside lo insólito, lo inventado del trabajo humano.

La virtud mágica del poema consiste en estar siempre indudato bautizar con agua oscura a todos los que le miran, ya que con duende es más fácil amar, comprender, y es una certeza ser amado, ser comprendido, y esta lucha por la expresión y por la comunicación de la expresión adquiere a veces, en poesía, caracteres mortales.

[…] Dijimos que il duende ama el borde, la herida, y se acerca a los lugares donde las formas se funden en un anhelo más allá de sus expresiones visibles. En España (como en los pueblos orientales, para quienes la danza es una expresión religiosa) la duende tiene un poder ilimitado sobre los cuerpos de los bailadores de Cádiz, alabados por Martial, sobre los pechos de los que cantan, alabados por Juvenal, y en toda la liturgia de la corrida, auténtico drama religioso en el que, como la misa, adoramos , y nosotros se sacrifica a sí mismo, a un Dios. Parece como si todo duende del mundo clásico reuniría en esta perfecta fiesta, exponente de la cultura y gran sensibilidad de un pueblo que descubre en el hombre su mejor cólera, su mejor bilis, su mejor llanto. Ni en el baile español ni en la corrida de toros nadie se divierte; la duende se compromete a hacer sufrir a las personas a través del drama, sobre las formas vivas, y prepara las escaleras para escapar de la realidad que nos rodea.

Il duende actúa sobre el cuerpo del bailarín como el viento sobre la arena. Transforma mágicamente a una niña en un paralítico de la luna, o llena de rubores virginales a un viejo mendigo que pide limosna para las tabernas, da con su pelo olor a puerto nocturno, y en todo momento trabaja sus brazos con expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos. Pero nunca se puede repetir, y es muy interesante subrayarlo. Il duende no se repite, como no se repiten las formas del mar tempestuoso.

[...] España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional, donde la muerte toca largos clarinetes cuando llega la primavera, y su arte se rige siempre por una duende aguda que le dio la diferencia y la cualidad de invención.

[…] Todo arte tiene, como es natural, una duende de diferentes formas y modos, pero todos tienen su raíz en un punto del que brotan los sonidos negros de Manuel Torres, materia última y terreno común sacudido por un estremecimiento incontrolable de madera, sonido, tela y palabra. Negros sonidos tras los cuales volcanes, hormigas, céfiros y la gran noche que envuelve la vida con la Vía Láctea mantienen una tierna intimidad desde hace mucho tiempo.

Il duende… Pero ¿dónde está el duende? Del arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados; un aire con olor a saliva de bebé, hierba triturada y un velo de medusas que anuncia el bautismo constante de las cosas recién creadas.

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